¿Cómo es para una niña de nueve años vivir y crecer bajo el acoso de su padrastro? Este testimonio figura en el libo Siempre estuve en riesgo. A continuación, y con autorización de la editorial Penguin Random House, compartimos un capítulo del libro reporteado y escrito por Ale del Castillo y Moisés Castillo.
Capítulo Siempre estuve en riesgo
Tenía nueve años y debía responder besos y abrazos. No era sencillo para Jael que Ulises, el novio de su mamá, estuviera encima de ella siendo cariñoso. Ulises era muy insistente, así que con todo el valor que pudo juntar y tras encontrar las palabras para expresarlo a su corta edad, Jael se lo externó a su mamá.
En aquellos días Ulises y Rosaura todavía no vivían juntos, pero él solía pasar algunas noches en casa de ella. Su presencia rompía la rutina que Jael tenía con su madre y la costumbre de un circulo familiar conformado únicamente por mujeres, incluyendo a su abuela y a su tía. La presencia de Ulises siempre parecía una especie de intromisión.
Para Rosaura, la madre de Jael, la justificación de la presencia de Ulises en la familia era sencilla: quería darle una figura paterna a Jael, y al parecer esa premisa justificaba toda acción de él.
Durante muchos años y hasta la fecha, Rosaura ha tenido un afán muy claro de que Ulises sea aceptado en la familia, y dejaría pasar infinidad de cosas para que eso sucediera.
Fue su abuela quien defendió a Jael en medio de una cena. Con la voz temblorosa le pidió a Ulises que respetara a Jael en su deseo de no ser abrazada ni besada en el cachete. Ella ya le había contado a su abuela que las muestras de cariño de su padrastro no le gustaban y la ponían realmente incómoda. Ante la parálisis de Rosaura, la abuela salió en defensa de la niña, situación que solo sirvió para que Ulises fuera considerado una víctima del rechazo de Jael y de la abuela.
Un día Ulises finalmente se mudó a casa de Rosaura y con su llegada Jael siempre estuvo en riesgo.
Era una costumbre que los domingos Jael se levantara muy temprano y fuera a acurrucarse a la cama con su mamá, y eso no cambió pese a la presencia de Ulises. Jael recuerda acostarse del lado de su mamá y sentir un abrazo que la hizo dormir de nuevo. En algún momento sintió que Rosaura se levantó al bañó y pronto sintió otro abrazo, luego una mano que entró por sus calzones y se detuvo en el pubis. La sensación que tuvo Jael la recorrió por todo el cuerpo. “¿Por qué mi mamá me tocaría así ?”, se preguntó. Era un momento de confusión que mantuvo en silencio desde siempre y que comprendió mucho tiempo después al trabajarlo en terapia: esa mañana de domingo no era su mamá quien la tocaba.
Cuando empezaron a vivir “como una familia”, Jael tenía 11 años, acababa de entrar a la secundaria y Ulises no tenía trabajo, así que Rosaura salía a trabajar y se suponía que él cuidaría de Jael.
La escuela estaba atravesando la calle, de modo que Ulises aprovechaba para grabar a Jael saliendo de la escuela y captar el momento en que platicaba con sus compañeros, todos de la misma edad. Al llegar Rosaura a casa le enseñaba los video, le decía entonces que su hija tenía contacto con chicos y que estaba coqueteando con ellos. Luego vendría la justificación: "Se te va a salir de carril, va a terminar embarazada o en drogas; yo la tengo que vigilar".
A Jael le parecía una locura; sin embargo, su mamá lo escudaba: " No lo veas mal, te está cuidando, lo hace porque te quiere y se preocupa por ti”. No le quedó otra alternativa que aceptarlo por resignación, aunque no lo tolerara.
Pero eso no era todo. Ulises aprovechaba cuando Jael no estaba para revisar sus cosas. Cuando ella volvía de la escuela encontraba sus cajones revueltos y se daba cuenta de que también aprovechaba para leer su diario.
El acoso iba más allá de grabarla a la salida de la escuela o de revisar sus cosas, Ulises quería más. Para justificar su estancia en la casa y la falta de trabajo, hacía arreglos que literalmente deshacían la casa para volverla a armar. Por eso Jael no se sorprendió cuando él movió la chapa de la puerta de su habitación.
Un día, al volver, Jael se encontró con que Ulises había quitado la chapa de su habitación, que estaba pegada al borde de la puerta, para ponerla en medio; luego hizo unos arreglos y dividió el espejo de cuerpo completo que estaba pegado a la puerta. El diseño de Ulises incluía una chapa que podría abrirse desde afuera, pero carecía de contraparte, así que Jael no podría cerrar su puerta nunca. Donde debía haber una chapa ahora solo había un hoyo.
Lo qué pasó después no sería una sorpresa. Jael salió de bañarse y estaba desnuda en su cuarto, cuando a través del hoyo que quedaba en la puerta vio un ojo. La recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y dudó, porque a veces una duda te da más certeza que una confirmación. ¿Lo vi o no lo vi? ¿Está pasando o no está pasando?
Se preparó para ir a la escuela y Ulises actuó con normalidad. Ella no supo que decirle, solo pudo darle vueltas en la cabeza a aquella situación mientras estaba en clase. Al volver a casa se lo dijo a su mamá. Rosaura no lo podía creer y Jael sentía que parecía que su madre la escuchaba y al mismo tiempo entraba en negación y parálisis.
Jael no sabe si su mamá de verdad no creía lo que le estaba diciendo o si su posición en la relación estaba tan minimizada y sin fuerza que tampoco podía hacer nada al respecto. Rosaura le prometió a Jael hablar con Ulises para que eso no volviera a suceder, y sin embargo, sucedió una y otra vez.
Para Jael no existía la privacidad ni los límites. Para cuando su correspondencia llegaba a ella, ya había pasado antes por las manos y los ojos de Ulises.
El colmo vino cuando Jael recibió una carta de su prima desde Bélgica. La misiva respondía a una historia en particular en la que Jael, de entonces 15 años, le había contado todo a su prima sobre su primera vez. Lo que leyó Ulises era la respuesta a esa carta.
Esa tarde Rosaura llamó a Jael y dijo que tenían que hablar. Era martes y Jael pasaba por la oficina de su mamá antes de ir a terapia.
- Me acabo de enterar que tuviste relaciones sexuales- le dijo Rosaura.
-¿Y cómo te enteraste?
- Pues es que hay una carta y yo la leí.
- ¿Cuál carta, mamá?- le cuestionó Jael a sabiendas de que quien había leído la carta no fue ella, sino Ulises, y quería evidenciarlo.
Jael tenía pruebas, pues desde hacía tiempo escribía cosas y las escondía para saber que Ulises estaba al acecho. Sabía que siempre hurgaba sus cosas y que para ella no existía lugar sin la mirada constante de su padrastro. Eran trampas par exhibirlo ante su madre, pero Rosaura siempre lo defendía.
Después de aquella discusión, Rosaura hizo que Jael se confesara ante Ulises y le confirmara lo que ya había leído en la carta. Con mucho pesar Jael se confesó; sus piernas y su voz temblaban, se sentía conflictuada, como si hubiera hecho algo muy malo.
Pero esa noche no terminó con la confesión, Ulises obligó a Jael a llamar a su novio y decirle que tenían que terminar. Él estaba del otro lado del teléfono escuchando la llamada y Rosaura miraba la escena sin saber qué hacer, pero dejando que todo sucediera.
Jael se explicó diciendo que Ulises se había enterado de que había tenido relaciones sexuales con él, y su padrastro no tardó en hacerse presente en la conversación. Primero cuestionó a Eduardo: “¿Por qué te cogiste a mi hija?”, le preguntó sin miramientos. Luego llamó "puta" a Jael y continuaron los reclamos. Al terminar la llamada, Jael se encerró en su habitación. Estaba en shock.
La situación sirvió para que Ulises justificara ante Rosaura el acecho contra su hijastra: “¿Ves? Es que tu hija está haciendo esto o lo otro?”, le decía. Todo esto hizo que Jael sintiera aversión por los hombres.
El refugio lo encontró en Estrella, su vecina, una chica de su edad con la que compartía su situación familiar como un espejo, y así se enamoró de ella. Entre Jael y Estrella había algo Tenían conexión, vivían un affaire tal vez. Lo único cierto es que juntas estaban menos solas que en la hostilidad que el mundo les ofrecía.
Un fin de semana, Estrella fue a Cuernavaca con la familia de Jael para celebrar el cumpleaños de Ulises. Para la noche las chicas ya estaban bebidas y se fueron a acostar, solo que no durmieron y empezaron a fajar. La puerta no estaba cerrada y Ulises las estaba mirando hasta que decidió intervenir. Cuando más desprevenidas estaban, entró para separarlas.
Luego Rosaura se llevó a Jael para hablar con ella: “¿Qué está pasando?”, le preguntó. Pero Jael no estaba para dar respuestas cuando tantas veces su madre había ignorado que frente a sus ojos pasaban muchas cosas.
Por su parte, Ulises habló con Estrella y le pidió a Jael que terminara su amistad con ella.
Así, la adolescencia de Jael pasó entre la opresión y el aislamiento; nunca estaba tranquila. Recuerda reconocer el sonido de las llaves al abrir la puerta y saber que Ulises estaba de vuelta para llenarla de angustia y estrés, y hacer de su vida un espacio incómodo. Jael vivía encerrada en su cuarto y evitaba la más mínima interacción con Ulises, aunque con ello tuviera que sacrificar la relación con su madre.
A los 19, Jael se fue de su casa, más no imaginaba la razón por la que volvería después de unos meses.
Un día Rosaura llamó a Jael y le pidió disculpas: “Tenías toda la razón”, le dijo. Rosaura había encontrado a Ulises con otra mujer. Entonces Jael volvió con su madre porque ella prometió dejarlo, pero dos semanas después Ulises estaba de vuelta.
En esa casa nadie estaba a salvo. Si su mamá había permitido a Ulises hacer lo que quisiera con ella y con su hija fue porque de alguna manera él la convencía de que nadie la querría como él; en el fondo ella también estaba aislada y sola.
Después de un tiempo Jael conoció los detalles de la historia y no podía dar crédito a lo que enfrentaba su familia. La mujer con quien Ulises había cometido aquella infidelidad no era externa a su círculo familiar: Ulises había abusado de Raquel, la hermana de Rosaura.
Ese día Rosaura y su madre salieron a hacer unas diligencias y cuando regresaron descubrieron la escena. Los hechos podrían responsabilizarlos a los dos, siendo adultos, pero la situación era grave porque Raquel tiene parálisis cerebral.
A Raquel la han tratado siempre de forma inclusiva, ella es una persona con discapacidad que está consciente, razona y puede expresarse. Ulises, por su carácter, se ganó su cariño y confianza, y de alguna manera hizo que Raquel accediera; él se justificó diciendo que la relación había sido consensuada.
Unos meses después del suceso, Jael volvió a irse de casa. Todas las cosas que Jael vivió acechada por Ulises estuvieron guardadas en su interior. Hablarlo ha sido la forma de confirmar que todo pasó. Escucharse a sí misma decirlo le da la credibilidad y la valía que no tuvo durante muchos años.
La segunda edición de Siempre estuve en riesgo ya está disponible en cualquier librería o tienda departamental de México. También puedes encontrarlo en ebook o audiolibro.
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